sábado, 6 de noviembre de 2010

HISTORIA DEL PROTOCOLO


Si algo ha hecho evolucionar al hombre, en su concepto de civilización, amén de los inventos, ha sido la educación. Al respecto, desde los tiempos más remotos se conoce el régimen de pautas sociales y normas de comportamiento. Aunque todas estas reglas las encontramos a lo largo de toda la historia, hay un hecho definitivo y claro que nos da un punto de partida importante: la creación de la corte. Esto dará un auge definitivo a las buenas maneras.
La nobleza, se comentaba en aquellas épocas, no se llevaba solamente en la sangre, sino en la forma de comportarse ante el Rey y ante el pueblo. Un hecho que debemos tener siempre presente en nuestra vida. Se puede ser rico, culto e incluso un genio, pero todos somos personas y hay que comportarse educadamente con los demás. El auge de las buenas maneras era glosado por trovadores y novelas de caballería, donde se daban consejos sobre cómo ser una dama o un caballero educado.
Entre los libros publicados cabe destacar “El Cortesano” de Baltasar de Castiglione, un punto de referencia en el mundo de las buenas maneras. Podemos decir, que fue el primer libro con profusa información sobre el comportamiento del bien educado. En él se hace referencia, de forma detallada, a muchos aspectos del protocolo de aquella época.
Aunque muchas de las reglas allí consignadas, hoy por hoy son obsoletas, la buena educación nunca pasa de moda. Ser educado no es una moda, es algo inherente a nuestra condición humana. Nos hace más libres y más tolerantes.
Ser educado, lo repito, no es una moda, aunque algunos piensen lo contrario. Ahora bien, tampoco se debe abusar y caer en la pedantería. Todos los excesos son malos. La buena educación abre muchas puertas y pregona mucho de las personas. Dice una conocida frase de Talleyrand, Príncipe de Benevento: “Sólo los tontos se ríen de la buena educación”. Hay que ser natural en los modales y no forzarlos. Una frase que será muy utilizada: si no sabe, es mejor no fingir (puede caer en un ridículo espantoso); observe al resto de la gente cómo se comporta (o lo que es lo mismo “donde fueres haz lo que vieres”, aludiendo a la capacidad de observar cómo se comportan el resto de personas).
Y en cualquier caso, siempre es mejor preguntar discretamente, que actuar por nuestra cuenta, a riesgo de hacerlo mal, pues las costumbres son muy diversas y podemos “molestar” sin darnos apenas cuenta. Lo que para algunas culturas tiene un determinado significado, para otras puede resultar totalmente extraño, pero no por ello debemos dejar de actuar de un modo respetuoso. Un talante abierto nos permitirá actuar en cada ocasión de la forma más adecuada. Precisamente el protocolo trata de aunar esfuerzos para que estos “problemas” no surjan en grandes actos o eventos con diferentes culturas y participantes. Pero entrando al protocolo de la buena mesa: Víctor Hugo, el autor de “Los Miserables”, decía que los manjares por él servidos recibían más alabanzas que sus novelas. Eso era porque sabía comer bien, con etiqueta.
Sin embargo, hoy los modales, a la hora de tomar los alimentos, pueden parecer chocantes, a pesar de que existen reglas básicas que se toman en cuenta, por ejemplo, para una comida de negocios.
Algunos ejemplos con la historia en la mano.
La Biblia, el libro clásico por excelencia, nos da la regla de oro del protocolo: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”. Nos presenta, además, hechos contundentes sobre el eficaz sentido del ceremonial, como son: el hospedaje brindado por Abraham a los tres jóvenes que llegaron a su casa de paso para la destrucción de las cinco ciudades nefastas. El tratamiento que José, el hijo de Jacob, da a sus hermanos en Egipto, cuando ellos fueron a comprar trigo.
El Éxodo nos describe con lujo de detalles el ceremonial de la Cena Pascual, se habla del menú, el traje, la forma de comer, lo que se debe decir, etc.
En el Libro Primero de los Reyes se narra la visita de la Reina de Saba al Rey Salomón.
Los libros sapienciales dan normas muy específicas de comportamiento, los mandamientos de la ley de Dios nos ordenan “Amar al prójimo como a nosotros mismos”.
El Nuevo Testamento relata la visita de los Reyes Magos cuando van a adorar al Salvador del mundo, se postran ante él, porque un rey sólo se postra ante otro rey y le ofrecen presentes: oro, incienso y mirra.
San José, esposo de María, la madre de Jesús, es el patrono de los diplomáticos, es ejemplo de prudencia y discreción. Declarado como tal por S. S. Juan XXIII.
Dentro de esta saga de esmeradas normas sobre la conducta en la mesa y en relación con otras actividades sociales del hombre, llegamos a los días contemporáneos, donde tales principios tienen aún su rigor, su valor esencial, a pesar de los cambios impuestos a nombre de ciertas modas, muchas de ellas absurdas, contradictorias, por no decir que marcan un retroceso para la venturosa convivencia.
En torno de las reglas más constantes, es que he elaborado el presente libro, con el ánimo de que sirvan a todas aquellas personas que comparten conmigo el valor que encierra el ser cortés, discreto y esmerado en sus acciones sociales, sin olvidar que en la mesa celebramos cotidianamente un rito con sus nobles normas.

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